Con vientos monstruosos, violentas tormentas de truenos y mortales marejadas ciclónicas que dejan devastación y desolación en los poblados costeros a donde llegan, los huracanes son portadores de desgracia que han dejado capítulos imborrables en el imaginario colectivo mexicano.

En plena temporada de huracanes en México, y con la incertidumbre que el paso de Beryl causa en la Península de Yucatán con su categoría 5 y sus vientos de casi 200 kilómetros por hora, resulta un tanto inevitable no recordar los capítulos grises que este tipo de fenómenos naturales dejaron en el país.

Huracán “Gilbert”

El 14 de septiembre de 1988, el huracán “Gilbert” o “Gilberto”, con su categoría 5 golpeó la Península de Yucatán, atravesó el Golfo de México y con sus potentes vientos de 280 kilómetros estremeció el noreste de la República.

Según datos del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), el ciclón tropical cobró la vida de 225 personas, dejó a su paso 51 mil 610 damnificadas y daños en sectores como la navegación, comunicaciones, servicios urbanos e infraestructura traducidos en una pérdida económica de 76 millones de dólares.

Huracán “Pauline”

Entre el 5 y el 10 de octubre de 1997, las costas del Océano Pacífico vivieron la embestida del “Paulina”, huracán categoría 4 que con sus vientos a contrarreloj que superaron los 180 kilómetros por hora, destruyó Acapulco, Puerto Escondido, Huatulco y varias comunidades de Guerrero y Oaxaca aledañas a esos puertos.

En sólo unas horas acabó con la vida de 300 personas, otras 250 resultaron con lesiones, al menos 300 mil se contabilizaron como damnificadas, hubo daños totales en 5 mil viviendas y 150 desaparecidos.

La prensa nacional reportó que en esa zona del Pacífico, el mar quedó infestado de escombros, basura, e incluso cadáveres que escupió el mar.

La Subdirección General Técnica del Servicio Meteorológico Nacional, indica que el fenómeno meteorológico produjo 411.2 mm de lluvia en menos de 24 horas. Tal cantidad de agua es la que cae del cielo, en promedio, durante tres meses en esa región.

Huracán “Wilma”

Entre el 24 y 25 de octubre de 2005, con su catastrófica categoría 5, el huracán Wilma destrozó Quintana Roo y Yucatán, tras golpear severamente Cuba en su paso por el Mar Caribe.

Se considera el huracán más devastador en la historia de Quintana Roo, donde mantuvo 63 horas de afectación continua.

La precipitación pluvial fue de 1.5 veces la del promedio anual en esa entidad. Tras su paso se declararon en desastre 6 municipios de 11 en ese estado y 73 de los 106 municipios que conforman Yucatán.

El monto acumulado de los daños causados por este fenómeno que con vientos máximos sostenidos de 280 kilómetros por hora, en menos de 24 horas paso de categoría 2 a la máxima que es 5, se estimó en casi 19 mil MDP, de acuerdo con cifras oficiales.

Pese a que su destrucción duró 3 días en la Península de Yucatán, se estima que 19 personas fueron las víctimas mortales, y que dejó, por lo menos, un millón de damnificados.

Huracán “Otis”:

A las 00:25 horas del miércoles 25 de octubre de 2023, Guerrero fue impactado por la crueldad de la categoría 5 del huracán Otis, la máxima clasificación en la escala Saffir-Simpson, por la violencia de sus vientos máximos 270 km/h y ráfagas que llegaron a los 330 km/h.

Acapulco y localidades vecinas sufrieron severas afectaciones en su infraestructura, viviendas, carreteras y servicios básicos.

Después de esa madrugada, la ciudad y comunidades colindantes quedaron destruidas.

A sólo unas horas de que Otis impactara la costa, se registraron casos de rapiña, innumerables inmuebles destruidos, y decenas de personas desaparecidas.

El número oficial de fallecidos asciende a 52 personas, con un número indeterminado de desaparecidos.

La región sin servicios básicos como agua, energía eléctrica e incluso alimentación, además carecía de telefonía, internet y transporte público, y tardó largas semanas desoladoras en volver a una realidad que jamás volverá a ser la misma, según testimonios de los guerrerense que perdieron mucho aquella noche y días posteriores en los que era común ver a personas con los escombros bajo sus pies entre las calles o haciendo filas interminables para conseguir agua o alguna despensa en el medio del caos y la desgracia.

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